Cuarto creciente

La luz  del sol brillaba fuerte fuera, cegadora.  
Gata Bruja volvió a su cueva.
 Había sido una mañana de paseo, cuidando relaciones que merecían ser salvadas tras el encierro, escuchando con cuidado, identificando qué palabras, gestos, sonidos y olores tiraban de las cuerdas de su estómago, corazón, garganta, paseando entre la multitud que aprendía a caminar a otro ritmo, un nuevo baile de máscaras,sin tanto glamour, pero con mucho sentimiento…bailar pegados no era todavía una opción, pero la cercanía latía sobre las baldosas, y los pasos eran erráticos y gustosos, como caracoles saliendo tras la tormenta, por el gusto de caminar, encontrando nuevos tonos en los mismos rincones de siempre, la ciudad desperezándose intentando asumir un verano incipiente, extraño.
¿Para qué negarlo?

A todos les faltaba una primavera, y lo asumían con gracia y estoicismo, quizás no fuese aún momento de hacer recuento de daños, hoy caminaban, sin más, sin menos, sin prisas, bajo el sol.

 Sonrisas invisibles al otro lado del cubrebocas, ardían como cerillas, iluminando miradas que se reconocen y  conocen tras la ausencia. Todo estaba en su sitio, pero ya nunca nada sería igual de nuevo.
 Encuentros preciosos, casuales causalidades cotidianas. Agitando ambos brazos, abrazando el aire, aprendiendo a comunicar afecto sin contacto, apreciaban cada sorbo de té, cada cadencia en la voz de los presentes.

Soltar lo que no era suyo, celebrar la vuelta del exilio. Desde su esencia, desde la certeza de una mortalidad antes olvidada.

De vuelta a su hogar, el calor de media tarde se le antojó insoportable, bochornoso. Bajó las persianas y se tumbó sobre su espalda en el sofá, sintiendo la electricidad latiendo en sus venas, la presión en sus sienes, el pulso y la tensión en su centro más íntimo. Había llegado el momento de quererse a la hora de la siesta, y se hizo el amor con los dedos, con la mente, con su imaginación. Sosteniendo y sintiendo cada remolino que se abría paso por los hilos de sus entrañas, desde el dedo gordo del pie hasta la coronilla, una danza consigo misma, primero suave, luego fuerte, un cosquilleo que se amplificó hasta convertirse en fuegos artificiales, culminando en una explosión de sosiego. Se durmió, profundo, envuelta en su propio tacto, borracha de su propia esencia. Hasta que vino la tormenta.
 Abrió los ojos despacio, reconociendo su propio peso, su gravedad sobre la polipiel, escuchando el agua golpeando los cristales.
 Fuera el paisaje había cambiado.. La tempestad se desataba bajo una nube tan  oscura y preñada de lluvia que necesitaba diluviar.
Y ella se levantó, y anduvo descalza  unos instantes en la oscuridad, notando el frío del parqué bajo sus pies desnudos. Identificando las sensaciones, los olores y las formas de cada alcoba, deambulando sin propósito, imaginándose un gato esperando a su dueño, mirando y sintiendo, no solo con los ojos. Percibiendo de verdad. Pero ella era Gata y además bruja. La dueña de su propio castillo en las nubes. Nada más que temer, todo en su sitio.
Qué hambre.
Se acercó a la nevera y se preparó unos canapés tirando de gusto y olfato. Unas huevas rojas con queso crema, pan de espelta tostado con sésamo, la última copa de vino preparada para una ocasión especial. Y lo comió con calma, y recordó que era esa noche. Cuarto creciente.
Tenía pendiente un ritual. Y se preparó mentalmente para ello, sacudiéndose las migas de las rodillas.

«Encender una vela, conseguir los ingredientes…. cuarzo blanco, agua de lluvia….bien.
Ahora el cambio de tiempo se le antojó muy oportuno, y salió a la terraza a buscarla. ¡Bingo!
Mojó la punta de un pañuelo en un taper perdido en la terraza y una arañita aletargada se desperezó molesta y se fue a refugiarse en otro rincón más tranquilo bajo el alféizar.
El papel en seguida absorbió sediento el agua. Unas pocas gotitas de lluvia…Con eso tendría que bastar…
Los 4 puntos cardinales, la sal, el hidrogel, la receta del grimorio apuntada en su Smartphone, regalada por una maestra que encontró por facebook, tiempos modernos de pandemia global, renovarse o morir.
Por puro fetichismo  apuntó  la receta de su puño y letra, con sus propias palabras, en una ficha bibliográfica,  cambiando a su antojo…todos tenemos nuestros propios rituales, y esta claro que a ella le erizaba el pelo de la nuca el ras del papel, el clac clac de las teclas… somos analógicas y digitales, modernas y ancestrales…¿Para qué elegir?
 No nos conformamos con menos, podemos tenerlo todo. Siempre para el mejor bien posible, nunca buscando el daño, hay que aclarar.
 Que una bruja hiera a otro ser humano sería como un pétalo arrancando la raíz.   Ella lo sabía.
E hizo suyo el  ritual, y perfeccionó su técnica, volviéndolo más simple, más fácil de repetir y recordar. Resonó desde su centro.
Y pidió consciencia,  constancia, voluntad y paciencia.
Y se perdonó por no ser perfecta, y por querer serlo, y se perdonó por ser tan maniática tres veces y dio las gracias otras tres por todo a lo visible y lo invisible, a la luz y a la sombra, a la luna y las estrellas, a la lluvia y al sol,  a la tierra y al mar, a sus ancestras y ancestros, y  firmó con su propio nombre, y colocó todo al terminar en el rincón que estimó más oportuno, bajo su mandala de cuarzo.

  Y se sentó a sentir, y sintió que estaba hecho. 

Apagó la vela de un soplido y apuró su copa.

Después, se acercó a la ventana y se dió cuenta de que estaba anocheciendo, abrió el balcón para dejar entrar el aire fresco tras la tormenta,  mezclándose con el bochorno de la habitación cargada.

Y entonces sintió su poder, su inmenso poder.
Hoy no había habido aplausos. Estaban de luto oficial, 10 días de luto oficial por todas las almas de los fallecidos, por sus familias. Mandó esa energía inventada hacia ellos, les envió toda esa luz en silencio.
Y después giró la cabeza hacia la derecha, para contemplar  el gigante de piedra, y todas las farolas se iluminaron al tiempo.
 Sonrió divertida, y quiso seguir con el juego.
 Giró la cabeza hacia la izquierda, y todas las luces del otro lado de la ciudad se encendieron también al instante, y entonces se rió, fuerte, muy fuerte.

Qué bien que haya vuelto la magia de andar por casa, pensó. Qué sencilla, qué preciosa.

“Y la luz se hizo” Murmuró. Qué divertido es estar viva.

«Memorias de una Gata Bruja» (Quinta parte, cap.30)

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