Hoy hace 19 años que tuve que aprender a estar en el mundo sin ti.
Lourdes Arias Rodriguez, mi abuelita.
Asturiana de ojos azules y sonrisa luminosa, de voz dulce y suave, de gestos delicados y precisos. Aún la imagino sentada en su silla con la gata Missi encima mientras borda, trajinando en la cocina, dandome la mano al cruzar la calle, regateando en el mercado.
La mujer de belleza aurea, incapaz de salir natural en una foto, incluso en un autorretrato. Esa que yo recuerde era la única cosa que a mi abuela se le ponía por delante. Igual te diseñaba un vestido que te contaba un cuento, pintaba un oleo, pirogrababa que hacía un repujado de estaño o te enseñaba a hacer hojaldre.
Con una humildad y un empirismo de lo más práctico, no se ofuscaba en la perfección, daba todo en cada cosa que hacía, y así, lo transformaba en arte con mayúsculas, así fuesen tirabuzones de rulos o una bata de andar por casa.
Siempre que empezaba una tarea, ya fuese en la cocina o en el cuartito del fondo, suspiraba y decía «Ay Palmirina, pues no sé cómo saldrá…pero yo lo intento. Si sale con barbas San Antón, y si no, la purísima concepción». Y se ponía a ello, y lo lograba.

Conseguía con esta actitud resuelta que cada cosa funcionara y valiese para su fin y a su manera. Nunca dejaba que la falta de experiencia limitara su creatividad. Y así, sin grandes alardes, mi abuela me enseñó una lección digna de la señora que, a veces, imagino trasplantada de una leyenda del renacimiento y descendida a la Segovia de los años 90. Multifacética e inmensa, trabajaba fuera y dentro de casa y las 24 horas del día ella las estiraba a 48 sin despeinarse. Pero nunca intentó ser perfecta, si no darlo todo, sin dejarse nada en el tintero.
Lo que ahora se conoce como excelencia mi abuela lo llamaba hacerlo a su manera, pero hacerlo. No dejar que el perfeccionismo nos coma la merienda, quedarnos parados por miedo a meter la pata hasta el corvejón.
«Si sale con barbas San Antón, y si no, la purísima concepción» me veo a veces diciendo.
Porque hace casi 20 años que te fuiste, pero en mi corazón no he pasado un solo día sin ti, ni pienso hacerlo nunca.
Paseaba a mi lado según leía y la reconocí inmediatamente por el amor conque lla describas….precioso
¡¡Muchas gracias Miguel Ángel!! Las abuelitas son así, cuando llegamos a este mundo ya están y nunca se marchan del todo, se quedan a vivir en nuestro corazón ❤😘