Oración a una montaña

¡Hasta pronto, dulce amiga!
Algunos te dan ya por muerta, mientras yaces bajo la nieve tardía.
Mas yo escucho tu latido, pidiendo que las estaciones sigan su ritmo. No estás muerta, solo reposas.
 Y mientras el mundo se detiene en un lapso eterno, a ti se te antoja un instante, como la siesta después del cocido.
Te pusieron la esquela, pero eres una superviviente que hiberna, esperando el momento de alzarse de nuevo, inconmensurable y eterna, al igual que las flores de cerezo, pequeñas y valientes, congeladas en una primavera en pausa, brotes atrevidos desafiando a un invierno que llegó tarde y mal.

 No es un adiós, es un hasta pronto, espero.
A mi vuelta habrás resucitado, despertando de tu largo sueño, bajo las lluvias de un abril menos impaciente y terco.
Descansa, hermana.

Te velarán 7 picos y 7.000 luceros.
El hielo indagará en tus yagas, reabriendo viejas heridas, jugando a partirte en mil pedazos. Pero tú no tienes miedo. Vienes del guijarro, vuelves al sendero, tornas al olvido. Y nada es tan grave alzando la mirada hacia tu falda, subiendo hacia tus cumbres más altas, adivinando esos ciclos milenarios que para ti serán simples parpadeos.
Descansa tranquila, montaña querida.
 Hoy parto alzando la vista hacia ti, y ya nada se me hace extraño o imposible, en tu solida presencia.
Marcho hacia el este del este, hacia el sur del sur, pero nada he de temer.
 Las diosas acunan tu lecho, como el balanceo de un barco a la deriva, en busca de un puerto seguro al que llamar hogar de veras. Sin banderas de sangre, sin alambradas de tinta.
Duerme en paz, tierra madre.
Tú y yo soñaremos mientras tanto el sueño de las gemelas:
La leyenda de los náufragos lilliputienses, el de las islas vírgenes, lamidas por mares extraños, besadas por el fuego, atravesando las fuentes de agua dulce, los manglares poblados por lagartos verdes y humanos sin prisas ni reloj, jugando descalzos bajo el sol, nadando entre cascadas, cruzando los arrozales, perdiéndose en sus selvas lejanas…
Es momento de alzar el vuelo, los hijos de la noche se despiertan y ya nada hay que temer, cuando vuelva te despertarás quizás a saludarme, oh, gran amiga, giganta preciosa.
Mientras soñaremos que volamos juntas, bajo la luna llena de marzo.

Venimos de mundos distintos, tú corazón es roca, el mío viento. Busquemos fuego para calentar nuestro pecho, agua para saciar nuestra sed y tierra que abrazar cuando llegue el instante.
Somos coleccionistas de motivos para despertar, y no pararemos hasta encontrarlos.

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