Marzianas por Venecia

Hoy la nostalgia se me come por los pies. Por primera vez en mi vida no me he disfrazado en carnaval, me di cuenta hace unos días, cuando alguien comentó en el trabajo que ya era miércoles de ceniza.

Idioteces cotidianas, duelos de juguete que  solo recordamos  cuando nos los tocan, que ni siquiera sentimos derecho a sentir, con todo lo que está cayendo, y nos los callamos, por vergüenza. Como críos sin su juguete favorito, nos hacemos los mayores… y entonces recordamos cuánto nos encantan,  una vez perdidos, sin remedio a corto plazo. Como díce Nacho Vegas «No me des flores, cuando aquí hay lirios y rosas, las querré el día en que no quede una sola…»

Tal vez sea ese el misterio de la infelicidad humana, el aferrarse en la nostalgia, el no valorar cada cosa cuando aún existe en nuestro presente.

No es tan grave, no…Pica pero no duele. Tal día hará un año, pero ya es 7 de marzo y todavía me come la morriña.

Mi parte racional alega que tal y como está el patio tampoco fue gran cosa olvidar algo así. Mi parte caprichosa revuelve en el fondo del vestidor pensando en los mil disfraces que podrían haber añadido sal y azúcar a estos días y bufa.

«No anda el chichi pa farolillos, Palmi» me digo, refunfuñando en voz baja y mirando el calendario en la pared, calculando los días que nos faltan para la próxima. ¿Cuánto falta? ¿De verdad podremos volver a aquellos días? ¿Acaso existieron en realidad? Libres y salvajes por la noche veneciana.

Si algo sé a estas alturas es que no sé nada. Estamos muy socráticas por aquí últimamente, pero como en la lotería de Navidad, nos ha tocado la salud. Es un regalo enorme que requiere una inmensa gratitud, pero la niña quiere salir a jugar. Y últimamente todo se vuelve muy serio…

En estas me encontraba yo, en un estado de estupidez emocional morriñoso cuando vi un recordatorio de google en plan: «hace 2 años…» hace unos días. Y pensé que ni tan mal. Ahí estábamos nosotras, las tres brujitas marzianas, haciendo nuestra magia de nuevo, sonriendo para la cámara,  brillando fuerte para la posteridad.

 

Tres marzianas sobre el puente de Rialto

Travesura realizada. Y entonces lo recordé, sentí el calorcito interno y se me iluminó la tarde. Lo vivido te lo llevas puesto, para usarlo allí dónde te falte la luz, como una caja de cerillas en medio de la oscuridad.  Entonces no lo entendía, pero las fotos de ese fin de semana las atesoré rozando el fetichismo. Y cuando tengo un mal día las veo.

Qué nos quiten lo bailao, oiga.  El carnaval lo llevamos dentro, para cuando el mundo se torne un poco gris. Aún no es primavera pero ya se empieza a sentir por cada rincón de la ciudad, con la floración de los almendros. Pronto va a hacer un año que el mundo cambió para todos.

Pregunté a mis chicas y les pedí permiso para compartir nuestra aventura por aquí, para traeros ese carnaval de 2019.

«Por supuesto que puedes, pero elige las fotos en las que salgamos guapas las tres» respondieron, y fue una condición sencilla. En esos días brillábamos allá donde fuéramos. Nuestra alegría era contagiosa y las ganas de pasarlo bien hicieron el resto.

Lo que pasa en Venecia se queda en Venecia, pero  hoy quiero traer aquí pedacitos de ese fin de semana mágico para quitarme la morriña que me gasto.

 No nos vamos a engañar, a estas alturas ya sabemos que desde 2020 a todos nos falta una primavera, pero eso no me ha quitado las ganas de jugar, y de cuando en cuando sueño con esos días, y cuento las lunas que nos faltan para volver al baile de máscaras en la Piazza San Marcos.

Hace dos años cumplimos ese sueño loco. Todo empezó como una broma a la hora del té en La Flor de América, hablando de nuestra lista de viajes soñados surgió un destino pendiente en común. Ya teníamos regalo de cumpleaños perfecto. El Carnaval ese año coincidía con el primer fin de semana de marzo. A mí se me juntaba con otro viaje soñado, mi segunda excursión a Indonesia, que pronto os relataré… pero se me da fatal elegir, así que crucé los dedos esperando que nada fallara por el camino y reservamos vuelo y hotel antes de pensarlo demasiado o que se acabaran las reservas. Fue todo más ajustado que los leotardos de David Bowie en Dentro del Laberinto, pero llegamos a tiempo, que es lo importante.

 El 28 de febrero volví de Bali,  pisé España un ratito, lo justo para cambiar la maleta por la mochila, el pasaporte por el DNI, el pareo por la bufanda, intentar dormir un par de horas del tirón y volver al aeropuerto con todo el desfase horario y mental,  con más cafés encima que el mostrador del Starbucks y con la punky-frase de «ya habrá tiempo para descansar cuando nos muramos» en la boca.

 El vuelo a Venecia era cortito y me lo pasé intentando dormitar sin éxito, estábamos muy animadas y yo me sentía muy nerviosa, no me podía creer que fuéramos a estar allí  para vivirlo de verdad. Cuando quise darme cuenta habíamos llegado a la ciudad. No me llevé mi capa de vampiro en la mochila, pero sí toneladas de ilusión, un móvil nuevo con cámara potente tras ahogar el anterior haciendo snorkel y la imaginación desbordada de 33 años soñando con el Carnaval de Venecia.  Descubrir la ciudad del Carnaval en sus días grandes fue una bendición y a la vez una locura. Ahora vuelvo la vista atrás y me parece surreal después de acostumbrarme a la situación post-pandemia el volumen de personas que invadían la ciudad aquellos días, mareas de gente compartiendo el mismo oxígeno, con el sentimiento de fascinación y carpe-diem. El trasiego de los mimos inmutables, animados en un sortilegio espectral, las comparsas y pasacalles día y noche sin fin, los fotógrafos en cada rincón, el exceso, el alarde, la extravagancia llevada al límite, la música y el arte en cada rincón, con su juego de rol en vivo, impecables desde el alba hasta la aurora. Allí disfrazarse es de todo menos improvisar. Entraba legañosa y resacosa en un café a las 7 de la mañana antes de empezar una excursión para descubrir que todo el mundo ya estaba preparado con sus mejores galas y sin salirse del papel ni para pedirse un expresso, levantando el meñique al sujetar la taza con la expresión y el personaje adherido a la piel. La corte Victoriana resucitada para el siglo XXI al completo, exhibiendo sin sonrojo lo mejor de cada casa en el desayuno, y yo con esos pelos.

No quiero ni debo extenderme en detalles, pero al menos quiero compartir trocitos de esa magia para sostenerla entre mis manos hasta que vuelva el tiempo invocarla. Aún no sé cuándo,  y en esta realidad del confinamiento, sobriedad y  aislamiento social lo que vivimos se me antoja ahora un sueño lejano, pero quiero creer que sí, que existió. Y a veces sueño con volver para el próximo carnaval que se celebre, si se celebra.

 

Tiene que celebrarse, claro que sí.

Y esta vez, si llega, no pienso dejarme nada en el tintero, ni mi capa de terciopelo, la de vampirillo emocionado, en el armario. La vida pasa y lo que más recuerdo son esas experiencias locas en las que, contra todo pronóstico, me atreví y arriesgué.

«Vamos, chicas, a bailar hasta que nos sangren los talones,  a darlo todo como si lo fuesen a prohibir» solía decir hace años, el grito de guerra para romper pista, sin ser consciente de la premonición que nos acechaba a todos, oculta a la vuelta de la esquina. No faltaba tanto para que lo prohibieran.

Yo me imaginaba  Venecia preciosa pero no estaba preparada para esa belleza apabullante que apenas nos dio tiempo a esbozar y paladear en esos días. No soy muy de catedrales pero los mosaicos dorados de la Basílica de San Marcos me hicieron llorar de emoción, los frescos en los palacios, las enormes estancias decoradas, todos los tesoros escondidos y el peso de los siglos y las civilizaciones antiguas, las islas de Murano, Burano y Torcello, con su fábrica de cristal, sus casas de colores y su energía brutal y primigenia respectivamente, un paseo en góndola por el gran canal al atardecer…

Esas escasas horas que dedicamos al arte y la cultura entre arlequines, hadas y apariciones enmascaradas me hicieron entender por qué Italia es una de las cunas de Europa, intentando, pese a saber que la partida estaba perdida, contra reloj, asimilar toda la información posible, me sentí mareada comprendiendo que Venecia es una ciudad inabarcable, que da para mucho más que para una visita express de fin de semana. “Uy, en dos días teneís más que de sobra” Nos dijeron. Pero estaban tremendamente equivocados, y a penas pudimos arañar la superficie de todo lo que es Venecia, un universo por sí misma.

La sensación de pasear anónimas entre la multitud enmascarada fue una cosa de otro mundo, solo por eso ya mereció la pena el viaje.  La unicidad de la legión del eros, el hormigueo en la nuca cuando sabes que algo fascinante va a ocurrir ante tus ojos, la certeza en cada bocanada de aire de estar formando parte de aquello: si algo iba a pasar, era ahí, entonces.

 El ambiente mutaba camaleónico a medida que el sol se iba retirando de las grandes avenidas, y yo no me lo quise perder tampoco. Terminadas las actividades diurnas y tras una cena inolvidable en un rinconcito amable a la vuelta del decorado turístico, decidimos batirnos en retirada al hotel (si vais en carnaval con idea de fiesta mejor reservar entrada a los bailes por adelantado, os aseguro que, como en las casetas de las ferias, si no vais conociendo a alguien es casi imposible acceder a ninguna porque está todo completo, hay ofertas que incluyen bailes de máscaras+cenas+disfraz de alquiler)

Yo decidí entonces quedarme un ratito más ahí fuera, lo justo para regalarme un paseo nocturno por las calles más vacías, primer instante de paz desde que llegamos, con la tenue iluminación que permitía jugar al escondite con la luna , rielando entre góndolas y puentes, mientras las grandes fiestas se trasladaban a casonas privadas. Disfrutando del silencio, perdiéndome a placer entre canales y laberintos, viendo las luces desde fuera de los restaurantes y locales, cruzando puentes, vagando de forma aleatoria, cómo uno de mis personajes hizo hace tantos años, viendo escaparates de  tiendas y talleres cerrados, paladeando el sonido de la noche veneciana, diferente al bullicio de las grandes plazas, el pulso de la ciudad que imaginaba muy distinto a cualquier día no festivo. Pensando cómo sería vivir en Venecia llamándola hogar.  Yo había escrito sobre Venecia antes de soñar siquiera que algún día podría visitarla, y contemplando desde lo alto del puente de Rialto descubrí mi  enorme error. Nadie puede ver su rostro reflejado en las aguas desde esa altura. Y reí por mi atrevimiento, describiendo antes de tiempo un puente y una ciudad que nada tiene que ver con las fotos de las revistas de viajes. Amtar llorando sobre el puente. Yo esa noche fui enormemente dichosa.

-Algún  día, con más calma- me despedí entonces. Y quiero pensar que cumpliré esa promesa que hice en Rialto. De momento os dejo mis tesoros, en mi obsesión por capturar la esencia del carnaval, me traje a estos personajes conmigo. Todos posaron encantados, sería parte del embrujo veneciano, hasta la Santa Muerte posó para mi esa noche (si la encontráis en la galería de imágenes mandadme una captura de pantalla, os tengo reservado un premio)

Ojalá esta nueva primavera que apenas llega, nos traiga mucho carnaval y menos ceniza. Y mucha salud, amig@s. Muchas gracias por seguir leyendo, vuestro amor me llega desde cualquier rincón del globo, y es un sentimiento muy hermoso por el que merece cada minuto que empleo en este blog.

 

¡¡Aviso a navegantes!!

PD: Si algún día os animáis a visitar Venecia os recomiendo que huyáis de las calles principales y comprobéis reseñas antes de entrar en cualquier restaurante, por el centro los precios son muy altos ya de por sí, en carnaval la cosa se complica, el alojamiento prohibitivo y en estas fechas no esperéis gangas porque seguro que vienen acompañadas de enormes peros. Nosotras fuimos para un finde y no nos calentamos mucho la cabeza con esto. Nos alojamos en el primer sitio que vimos libre del centro, el hotel «Ca Dei Conti» bastante normalito para las 4 estrellas pero correcto, con desayuno buffet incluido y una decoración al estilo palaciego a pie del canal.

Cuando vayáis conviene también que sepáis que lo correcto es pagar el coperto (de 1 a 4 euros por persona) que suele venir incluido, o bien el servicio (10%) Comprobad bien la cuenta y que no os carguen los dos pues es o una cosa o la otra, pero es obligatorio y no conviene racanear con estas cosas, pues ahí va incluido el sueldo del camarero.

Si vais con tiempo lo mejor es pasar de largo el barrio Cavallieri y no parar hasta que veáis casas con ropa tendida, los venecianos no viven en el centro y las mejores ofertas están fuera del centro histórico.

Si andaís justitos para explorar las afueras, cómo nos pasó a nosotras, la mejor apuesta son tascas familiares o casas de comidas, incluso puestos callejeros en los que podéis comer pizzas recién hechas que saben a gloria bendita y los mejores helados del mundo. Nunca he comido mejores helados que en Venecia, y lo hice con guantes por el frío que hacía ese puente, pero estaban tan ricos que mereció la pena hasta la lengua helada. También me encantó este vino y os lo recomiendo desde la total ignorancia, me aficcioné al Aperol tras aborrecerlo y descubrí que la buena pasta no necesita más que un poco de albahaca y que mi amor por la pizza podía aumentar hasta lo inenarrable, aunque pueda resultar imposible.

Tras un sinfin de malas experiencias nos arriesgamos con un rincón en pleno centro en el que nos trataron con mucho amor y comimos pasta rica, pizzas alucinantes y una panna cotta con la que todavía sueño que le hinco la cuchara y son sueños cuasi-orgásmicos.

Fue una pequeña taberna conocida como «Antica osteria ai tre leoni»  nuestro gran amor.

Yo ya me resignaba a comida precocinada a precio de sangre de elfo virgen cuando nos la topamos en un callejón. Nos sorprendió por la relación calidad precio, un auténtico remanso de paz en medio de todo el mogollón dónde que nos hicieron por primera vez en todo el viaje sentir como en casa y no como tres trozos de carne con bolso andantes.

 

La mejor Panna Cotta de la Antica Osteria Ai Tre Lioni

 

Noche de chicas e iniciación al Spritz, al principio sabe raro, luego engancha

Aunque me repita os recomiendo que comprobéis varias reseñas antes de poner el pie en algunos «ristorantes» del centro, sabéis que soy una chica de buen conformar y voy fluyendo por la vida en casi todas partes, pero en este caso tengo que avisaros. IMPROVISAR PUEDE SALIROS MUY CARO. hay auténticas mafias que viven del tema y sitios en los que pueden prepararte una factura millonaria y convertirse en algo más que una mala anécdota que contar. El agujero en el bolsillo está asegurado si os vienen a buscar a la calle y os «invitan» a entrar (a nosotras directamente nos intentaban agarrar del brazo, y yo que soy como soy, echaba fuego por la boca con tanta invasión de mi espacio vital) Hagáis lo que hagáis ¡¡¡Ni os acerquéis a la trattoria Casanova!!! Ha sido la peor experiencia de mi vida en un restaurante, incluyendo los puestos de comida ambulante en callejuelas plagadas de bichos por Bangkok o el buffet libres de Tenerife en el que vino el dueño, un chino franquista, a hacerme beber su licor casero y enseñarme sus colección de medallas, mientras que los camareros reciclaban la comida de los platos y los añadían a las bandejas. En esos sitios comí mejor y me sentí más apreciada, imaginaros el nivel. En el Casanova las cucarachas eran gorilas de gimnasio, vestidos de marinerito como los del anuncio de colonia pero con muy mala uva.

 

La casa de los horrores…ya desde fuera si ves fotos de la comida y señores llevándose las manos a la cabeza mal asunto.

No soy de hacer malas reseñas pero los camareros de este sitio son auténticos piratas. Entramos en el sitio porque nos insistieron mucho en la calle que pasáramos «solo a mirar» sin darnos tiempo a consultar antes ni una triste reseña de las muchas que tienen en tripadvisor. (Una y no más).

Viendo otras experiencias no salimos muy mal paradas pero podría haber sido un fiasco. Resulta que su «buen hacer» tiene fama mundial, han salido en los periódicos y tienen incontables juicios por este tema. Aquí tenéis más información, el alcalde de la ciudad está de su parte así que mejor evitarlos directamente porque si llamas a la policía puedes acabar con problemas legales incluso.

He trabajado de relaciones públicas en discotecas, así que tablas esquivando babosos tengo para aburrir, pero había algo en la forma de interactuar de los camareros de ese local que me incomodaba sobremanera, la forma en que te miran, te hablan y te tocan a la mínima oportunidad era asquerosa. no se cortaban ni con las adolescentes que venían con sus padres presentes.

Mejor poned la antena y si en cualquier lugar os empiezan a «regalar» cosas que no pedís, a poner ojitos o hacer bromas de mal gusto como hacer sonar bocinas cuando tiras de la cadena del baño (como os narro) no esperéis, preguntad qué se debe y salid por patas. Nosotras éramos tres personas, pero nos tomaron por el pito de un sereno al ser todas mujeres, nos hablaban de cualquier manera y pensaban que no entendíamos lo que decían de nosotras en italiano, Yo les tuve que parar los pies varias veces y terminamos por pagar y marcharnos. Hacían gestos obscenos cuando pasaban por detrás de nuestras sillas y se reían en nuestra cara.

Esta es la factura que nos plantaron (solamente pedimos un plato de tortellini en el que trajeron 3 piezas a medio hacer con un poco de nata por encima, una «ensalada» que nos arrojaron sobre la mesa según pasaban con cuatro trozos de rúcula y dos de tomate y la botella de agua que me llevé puesta, ya que el camarero me la echó «accidentalmente» por encima cuando le dije muy seria que no íbamos a comer nada más y que no se le ocurriese abrir en vino que traía, pues le vi las intenciones según apareció en el salón, con la sonrisa falsa, sacacorchos en mano y una botella que tenía pinta de ser la más cara del mundo. Ahí fue cuando torció el gesto y me volcó el agua por encima. Le dije que estaba bien, que no se molestara en traer más porque con el agua que teníamos nos iba a valer a las tres. El antipasti ofrecido como «regalo» que nos trajeron eran los trozos de pan con olor a tomate y jamón mal cortado que finalmente nos cargaron en la cuenta, por supuesto con el coperto incluido, más el 12%de servicio y por suerte la cosa acabó ahí. Mis amigas fueron las sabias esta vez, que calmaron los ánimos y decidieron que no merecía la pena tener movidas, pagamos, nos fuimos y a mi todavía me arde la mano del bofetón que me quedé con ganas de soltarle al marinero machirulo de agua dulce que se frotaba con nuestra silla al pasar como un perro marcando su territorio.

 

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